En nuestra infancia, somos felices, disfrutamos de cada momento y sin embargo... tenemos prisa por crecer, tenemos prisa por cumplir años y vivir cosas nuevas.
En nuestra adolescencia, somos felices, también disfrutamos a tope cada momento mágico que corresponde a esa época y sin embargo... tenemos prisa por cumplir más años, por vivir más cosas nuevas.
Cuando nos casamos y tenemos hijos, nos llenan de felicidad, disfrutamos de sus travesuras y sus gracias y sin embargo... tenemos prisa por que cumplan años y verlos crecer, tenemos prisa por verlos triunfar etc...
Cuando los hijos ya son mayores, respiramos un poco de libertad,
recuperamos nuestra espacio y de nuevo, nos entra la prisa por vivir, por vivir esa vida que tuvimos aparcada durante la crianza de nuestros hijos, queremos aprovecharla hasta el infinito pero de nuevo... la tenemos que aparcar porque “debemos” ayudar a criar a los nietos.
Y cuando ya vemos menos años por delante que por detrás...
nos vuelve a entrar la prisa por vivir, por aprovechar lo que queda, ¡ya no queremos cumplir años! ¡ahora no queremos que pasen! pero si queremos seguir y seguir y seguir...y vivir y vivir y vivir...tenemos la sensación de que... ¡hay que aprovechar el tiempo antes... ¡de que se agote!.
Reflexionando... nos pasamos media vida haciendo proyectos y la otra media... borrándolos porque ya se nos hizo tarde, porque ya no podemos realizarlos.
No convirtamos nuestra vida en un borrador, porque a veces...no hay tiempo de pasarlo a limpio.
vivimos con prisa desde que nacemos, vivimos siempre esperando un futuro y mientras éste llega... nos perdemos el presente.
Estrujemos el momento, hasta que no quede ni gota y el mañana...¡ya llegará cuando le toque!.
“vivir el hoy...
es mi objetivo,
vivir el mañana...
cuando llegue,
porque hoy si sé que vivo,
no quiero vivir por adelantado,
lo que no conviene,
no quiero arriesgarme,
¡a sufrir dos veces!”
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Mª D. V.
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